sábado, 26 de marzo de 2016

La Muerte. Reflexión para el Sábado Santo

El cristianismo nace como convicción de que Cristo ha vencido a la muerte a través de la resurrección. Eso se celebra todos los días del año. Todos menos uno. Desde la tarde del Viernes Santo hasta bien entrada la madrugada del Domingo de Resurrección se deja un espacio para la aparente victoria de la muerte.

Es una concesión de nuestra fe para aguardar con más expectación la celebración de la Pascua. Cuentan los mayores que antaño en este día se cerraban los cines; y la televisión y la radio únicamente emitían música de meditación o en todo caso alguna película religiosa. Todo ello ayudaba a vivir con mayor recogimiento estas horas de duelo por la muerte de Jesucristo. Era el triunfo de la Parca.

Hoy apenas queda nada de ese ambiente. La sociedad sigue su ritmo vertiginoso, con la obsesión de rellenar como sea los tiempos de silencio y recogimiento, no sea que a la gente le dé por pensar, algo que es sumamente peligroso y atenta contra el sistema establecido. Es mejor que todo el mundo piense igual, vista igual, coma lo mismo y vean los mismos programas de telebasura vacuos de contenido. Mejor que la plebe se distraiga y "mate" el tiempo (qué expresión más acertada...) a que mediten sobre el sentido de la vida y la existencia. La muerte como concepto es un insulto a nuestra sociedad vitalista: "Ocultemos esos crucifijos que nos recuerdan la muerte. Apartemos a los muertos llevándolos lejos de la ciudad a los lejanos tanatorios. Maquillemos a los cadáveres para que parezcan que están vivos..."

Y sin embargo es la única certeza de nuestras vidas. Nacemos para morir. Ninguna historia ha recogido esta realidad como el famoso cuento popular: 

"Érase una vez un criado que servía a un rico mercader en la ciudad de Jericó. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto. Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
—Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Jericó. Esta noche quiero estar en la ciudad de Jerusalén. Allí me esconderé entre la multitud de la gente.
—Pero, ¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
—Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
—El mercader se compadeció de él y le dejó su mejor caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Jerusalén.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
—Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
—¿Un gesto de amenaza? -contestó la muerte-. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Jerusalén, porque esta noche debo llevarme de allí a tu criado."

Lo dicho. Mañana celebraremos la resurrección del Señor. Pero hoy démosle su sitio a la Dama Fría.  

sábado, 19 de marzo de 2016

Domingo de Ramos

Recordamos en este día la Entrada de Jesús en Jerusalén. El año pasado ya conté cómo se vive la Semana Santa en mi tierra, Andalucía, así que este año me voy a centrar más en la parte Bíblica.

Los 4 evangelistas nos narran esta escena con algunas variantes poco significativas. En esencia coinciden en lo mismo: Jesús entra en loor de multitudes aclamado como Mesías y Salvador del pueblo de Israel provocando la envidia y el recelo de los dirigentes judíos, especialmente de los fariseos.

Así nos lo cuenta San Mateo:
"Estaban ya cerca de Jerusalén. Cuando llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos con esta misión: «Vayan a la aldea que está al frente, y allí encontrarán una burra atada con su burrito al lado. Desátenla y tráiganmela. Si alguien les dice algo, contéstenle: El Señor los necesita, y los devolverá cuanto antes.» 
Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: Digan a la hija de Sión: «Mira que tu rey viene a ti con toda sencillez, montado en una burra, un animal de carga.» 
Los discípulos se fueron e hicieron como Jesús les había mandado. Le trajeron la burra con su cría, le colocaron sus mantos sobre el lomo y él se sentó encima. 
Había muchísima gente; extendían sus mantos en el camino, o bien cortaban ramas de árboles, con las que cubrían el suelo. Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó y preguntaban: «¿Quién es éste?» Y la muchedumbre respondía: «¡Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea!»"

¿Por qué esta escena es tan importante y se presenta como el pórtico de la Semana Santa? El Evangelista San Mateo ya nos da una primera explicación del porqué de esta escena. Todo sucede así "para que se cumplieran las escrituras". En concreto se hace referencia a Zacarías 9,9: "¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna."

Podríamos añadir, además, que esta entrada gloriosa coincide con la dinámica general de la vida de Jesucristo. El que nace humilde en un pesebre y muere más humildemente aún en una cruz entra como rey victorioso montado en una borriquita, no en un lujoso caballo de batalla más propio de un rey terrenal de la época.

Y por último, un detalle no menos importante: Los mismos que aclaman a Jesús llegando a Jerusalén serán aquellos que unos días más tarde -cuando los fariseos realicen su campaña de desprestigio contra Jesús- griten en el atrio del palacio de Poncio Pilato: "¡Crucifícalo!, ¡Crucifícalo!" dando muestras evidentes de lo voluble que puede llegar a ser la condición humana...

sábado, 12 de marzo de 2016

El peso de nuestros pecados

La Cuaresma es tiempo para reconocernos pecadores. Nadie está libre de pecado, como nos recuerda el trozo del Evangelio de esta semana en el que Jesús advierte a quienes querían lapidar a una mujer adúltera: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra..." (Jn 8,7). 

Viendo esta imagen del Papa Francisco he sentido la necesidad de poner mi alma en paz con Dios en estos días. Nadie está libre de pecado ni de tentaciones, y conviene dar un repaso a nuestros malos pensamientos, palabras o acciones de vez en cuando para librarnos de ellos. Si la cabeza visible y sucesor de San Pedro lo ha hecho de manera pública en estos días, creo que habrá sido en buena medida para predicar con el ejemplo y animarnos a los demás a recibir el sacramento que nos  reconcilia con Dios y con la Iglesia.

Unida a esta llamada a la confesión quería compartir hoy con vosotros esta historia que me ha llamado la atención cuando la he leído, y que se me ha ocurrido aplicar al pecado: 


Un conferenciante estaba dando una charla sobre el control de la mente. 
De repente, levantó el vaso con agua que tenía al lado de su atril y preguntó al auditorio: 
-¿Cuánto creen ustedes que pesa este vaso con agua? 
Las respuestas variaron entre 100 y 500 gramos. Entonces el conferenciante comentó: 
-La pregunta tenía trampa. No me importa el peso científico del vaso de agua. Me interesa su peso relativo. Lo que de verdad me afecta a mí del peso del vaso de agua es cuanto tiempo voy a ser capaz de sostenerlo. Si lo sostengo por un minuto, no pasa nada. Si lo sostengo durante unas horas, al soltarlo tendré dolorido mi brazo. Si lo sostengo durante un día completo, tendrán que llamar una ambulancia para ayudarme. El vaso de agua ha pesado lo mismo durante todo este tiempo, pero cuanto más tiempo he pasado sosteniéndolo, más pesado se me ha ido volviendo. 
Y concluyó: 
Si cargamos nuestros problemas, nuestros remordimientos, nuestros odios... durante mucho tiempo, más temprano o más tarde no seremos capaces de continuar soportándolos, la carga se irá volviendo cada vez más pesada y terminará por vencernos. Lo que hay que hacer es dejar el vaso de agua en algún lugar lejano y olvidarse de él para siempre...".


Yo, como os digo, he aplicado la historia dándole contenido religioso y espiritual. Me parece que ese vaso de agua guarda una relación evidente con nuestros pecados. Los pecados pueden volverse una losa insoportable para nosotros si nos acompañan en nuestra mochila espiritual. Cualquier momento, pero especialmente la Cuaresma es una oportunidad preciosa para acudir a recibir el perdón de Dios a través del sacramento de la Penitencia, tan rico en su teología como en desuso en nuestros días. No hay una mejor manera de deshacernos de ese vaso de agua que descargarlo de nuestras conciencias para siempre. Quizás el aumento de psicólogos y psiquiatras en nuestra sociedad actual sea debido a que ya muy pocas personas se liberan de su sentimiento de culpa en el confesionario. Ése es el verdadero lugar para dejar todos nuestros lastres y recibir el perdón liberador de Dios.

Os invito a que en estos días que faltan antes de Semana Santa liberemos nuestras conciencias y nos abramos al perdón de Dios, especialmente en este año de la Misericordia.

El vaso de agua, cuanto más lejos, mejor...

sábado, 5 de marzo de 2016

Comentario a la parábola del hijo pródigo

Estamos sin duda ante una de las páginas más bellas del Nuevo Testamento, ideal para este tiempo de Cuaresma. Comenzaré por expresar mi rechazo al nombre tradicional, "la parábola del hijo pródigo", ya que me adhiero a todos aquellos que piensan que se debería llamar "la parábola del Padre misericordioso".... Se trata además de un trozo del Evangelio con mucho "peligro", ya que es uno de esos textos que hemos leído-escuchado tantas veces que en cuanto nos tropezamos de nuevo con él solemos desconectar con un inconsciente "ya sé lo que va a pasar..." y no lo reposamos debidamente. Nada más lejos de la intención de esta parábola, que como un buen vino hay que paladearlo hasta la saciedad, que como una buena película o un buen libro no nos deberíamos cansar de verla o releerlo. Antes de seguir leyendo esta entrada os recomiendo que la leáis con calma una vez más:

«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra y comenzó a sentir necesidad. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. 


Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta. 


El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».

Haría falta un libro para explicar detenidamente todo su contenido. De hecho, uno de los libros más hermosos de la literatura cristiana contemporánea es "El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante a un cuadro de Rembrandt", de H.J. NouwenEn este enlace tenéis el volumen completo, aunque os recomiendo que lo compréis ya que es un texto que merece formar parte de cualquier biblioteca que se precie. Yo no tengo la pretensión de escribir otro libro, solo me voy a limitar a dar algunas claves de lectura que a menudo olvidamos, pero que enriquecen enormemente la comprensión del mensaje de Jesús.

1. En primer lugar es imprescindible entender el contexto de la parábola. Para ello es necesario saber a quien va dirigida la misma. San Lucas, antes de relatarla, nos dice que: "Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:". Esta introducción nos enfoca hacia la intencionalidad de Jesús: denunciar la hipocresía de los judíos (reflejados en el hijo mayor) que ningunean a todos los que no son tan "puros" como ellos (representados en el hijo menor). Para ello nos muestra la imagen de un padre (Dios) que se desvive por los alejados, sin descuidar a los cercanos.

2. También es importante comprender cuál es el pecado fundamental de la parábola. Solicitar a un padre en vida la herencia es como decirle "muérete ya, viejo...". El pecado del hijo menor, por lo tanto, es el inicial. No es solo despilfarrar el dinero en comilonas, borracheras y prostitutas (que también..), sino el "abandono" de la casa del Padre donde tanto se le quería. El pecado del hijo, por lo tanto, es renunciar desde el inicio al amor del Padre-Dios en la búsqueda de otros "amores" que no pueden saciar su espíritu.

3. "...y comenzó a sentir necesidad". Tras el pecado, el arrepentimiento del hijo ni siquiera es perfecto, como hubiera sido el darse cuenta de que había ofendido a su padre, sino que nace del hambre. Nunca está de más recordar que incluso de las situaciones más negativas Dios es capaz de sacar consecuencias positivas. Sin esa época de hambre, quizás el hijo nunca hubiera recapacitado sobre la ofensa realizada a su padre, y posiblemente nunca le hubiera pedido perdón si hubiera nadado en la abundancia y la prosperidad.

4. "Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente...". Este es el versículo que demuestra todo el amor que ese Padre tenía hacia su hijo. No lo espera en casa sentado en un butacón, sino que va cada día al camino para ver si su amado hijo recapacita y vuelve. Nos lo podemos imaginar sin dificultad yendo diariamente a los caminos a ver si su hijo venía. Un día tras otro, sin desfallecer en la espera, con sol, con lluvia, con viento... allí, sin desfallecer, oteando el horizonte para intentar atisbar la silueta de su hijo...

5. "Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto...". El pecado del hijo mayor se pone de manifiesto en la manera de llamar al pecador arrepentido. No lo llama "mi hermano" sino "ese hijo tuyo", poniendo de manifiesto la distancia que los separa. ¿Verdad que recuerda a un matrimonio que en medio de una discusión dice "Mira lo que ha hecho tu hijo"....?

6. El final es que no hay final. Jesús no cierra la parábola con un "happy end", sino que deja la respuesta del hijo mayor en suspenso. ¿Se arrepintió de su actitud y entró a la fiesta?, ¿Siguió obcecado en su falta de perdón? El Maestro no lo dice, probablemente porque quería que los judíos a los que iba dirigida la parábola (y nosotros hoy) demos un final personal a la historia. 

7. La parábola del perdón la podemos aplicar a cualquier situación de nuestra vida en la que haya un conflicto con los demás. ¿Me estoy portando de manera hiriente e insensible como el hijo menor?, ¿Soy acaso un envidioso y creído como el hijo mayor?, ¿He sabido perdonar y salir al encuentro de quien me ha ofendido como el Padre?... Estas y muchas otras preguntas tienen cabida en una lectura espiritual personalizada de la parábola, que a buen seguro será distinta en los diferentes momentos de nuestra vida.

Bueno, corto ya, que la entrada ha salido mucho más larga de lo que es recomendable para un Blog. Eso sí, espero que si habéis leído hasta aquí, al menos os haya aprovechado espiritualmente...