Hoy es día grande en la Iglesia Católica. Dos de los grandes Papas de nuestra historia reciente, Juan XXIII y Juan Pablo II van a ser canonizados dentro de unas horas en la plaza de San Pedro del Vaticano delante de aproximadamente un millón de personas llegados desde todos los confines de la tierra.
Una canonización no exenta de polémicas, ya que el poco tiempo transcurrido desde la muerte de Juan Pablo II (nueve años en asuntos de la Iglesia es poco tiempo...) hacen que la cercanía temporal con la persona y sus limitaciones salgan a la palestra con más fuerza que en otros casos. Que yo haya escuchado, nadie se opone a la canonización de Juan XXIII, ya que ha pasado tanto tiempo que no quedan coetáneos que recuerden sus defectos. De Juan Pablo II, sin embargo, sí: Que si era demasiado conservador, que si sólo hablaba del aborto y de la anticoncepción, que si encubría pederastas... ataques en su mayoría injustificados frutos de una escasa visión histórica.
Quienes se ceban en lo malo olvidando todo lo bueno que ambos Papas (especialmente Juan Pablo II, el más criticado) hicieron, lo primero que hacen es tirarse piedras contra su propio tejado. Afirman que Juan Pablo II no puede ser santo porque tuvo pecados. Ya, ¿y qué?. Que tuvo pecados es evidente. Se arrepentía de ellos y los confesaba como cualquier mortal. Santo no es el que no tiene pecados sino el que lucha contra ellos. El que cae 100 veces pero 100 veces se levanta. O usando el ejemplo Bíblico, el que tres veces niega a Cristo pero tres veces le confiesa más tarde su amor incondicional. Poner como prototipo de Santo a una persona que no tiene pecados, es, además de imposible, poco práctico: ¿Quién iba a intentar seguir el modelo de una persona inalcanzable...? Con las canonizaciones -estas dos y las miles que se han producido en los últimos años- la Iglesia nos señala el camino: A pesar de los pecados personales, se puede ser santo cuando hay una entrega total a Cristo y una fe, esperanza y caridad que gobiernan nuestras vidas. Lo demás serán hojas de periódicos ávidas de morbo. No pienso perder el tiempo leyendo ninguna, ya que no habrán captado el sentido de lo que la Iglesia Católica celebra hoy. Entre otras cosas, porque no les interesa.
"Adorno" el post con un momento que para mi ahora es más emocionante si cabe. El momento en el que conocí a Juan Pablo II, dentro de unos momentos, San Juan Pablo II. Me regaló un rosario que yo a mi vez le regalé a mi madre. Ya puedo morir diciendo que he conocido a un santo, aunque ahora que caigo y según mi propia reflexión, he conocido a más de uno. Que la Iglesia no los haya elevado a los altares no significa que no lo fueran....