domingo, 28 de julio de 2013

Prefiero el Paraíso (Preferisco il Paradiso, Italia, 2010)

Todavía no he digerido bien el accidente de tren que se ha cobrado 78 víctimas mortales en Santiago de Compostela. Tampoco estoy en disposición de valorar las JMJ que aún no han terminado. Por ambos motivos, y sin pretender ser monotemático, voy a comentar otra película que he visto por primera vez en estos días.

"Prefiero el Paraíso" es una producción televisiva de 200 minutos, adaptada al Cine (reducida a 126), que recrea la vida y milagros de San Felipe Neri (1515-1595), “Pippo el Bueno” o el “Segundo apóstol de Roma”. Dirigida por Giacomo Campiotti (embarcado antes en otros proyectos religiosos como María de Nazaret o Moscati: el médico de los pobres), el papel protagonista lo asume el contrastado Gigi Proietti, con una interpretación muy destacada. Esta producción italiana ensalza la figura de uno de los santos más famosos de la ciudad eterna, si bien no oculta las miserias y los entresijos de la propia Iglesia y del por aquella época convulso Estado Pontificio. San Felipe Neri, “El santo de los niños” o “El santo de la alegría” contrastaba en pleno siglo XVI con la imagen autoritaria y excesivamente rígida de los Papas y Cardenales de su época (El Cardenal Capurso es la viva imagen de la codicia y la envidia..). La historia no se debe cambiar ni manipular -aunque eso hoy esté de moda- ya que contar las cosas tal y como fueron concede credibilidad y fiabilidad, sin pretender por ello hacer juicios históricos, ya que las personas y las sociedades sólo tendrán un Juez Supremo. La vida de San Filippo Neri –como la de todos los santos- no fue nada sencilla, y encontró a menudo más trabas dentro de la Iglesia que fuera de ella.

La película comienza con su llegada a Roma procedente de Florencia. Como sacerdote ermitaño pretendía incorporarse a la Orden de los Jesuitas y marcharse a evangelizar a las Indias. Su propuesta es rechazada por Ignacio de Loyola –al frente de la nueva Orden- y decide instalarse en los suburbios de Roma. Allí encontrará sus propias “Indias”: un grupo de muchachos y muchachas -huérfanos o hijos de prostitutas- con quienes comienza a formar una comunidad u “Oratorio”. Tratar a todos por igual, dejar que niños y niñas sean educados juntos, confesar en medio del campo y no en los templos… va a comenzar a generarle la envidia y el recelo de los Cardenales y del mismo Papa (la familia Medici), inmersos en plena Contrarreforma y más preocupados de combatir la herejía que de anunciar el Evangelio. En su camino, Felipe Neri tiene que luchar más contra el sistema establecido -y contra las personas que no quieren que el sistema cambie- que contra la falta de fe o de compromiso de “sus” niños. Será espiado, analizado con lupa cuanto dice y hace, pero San Felipe Neri vivirá siempre desde la obediencia, la fe, la humildad y la paciencia, cualidades todas ellas que marcan la santidad.  Se le prohíbe confesar, se le pone a prueba, es traicionado… pero nunca se queja, ni una sola vez, nunca. A lo largo de la película va realizando diversos milagros que consiguen el cariño y el respeto incluso de sus máximos detractores. “Sed buenos, si podéis…” se convierte en la coletilla de a quien le resulta más fácil perdonar pecados que juzgarlos. Los personajes secundarios se van sucediendo entre el grupo de niños adoctrinado por Neri recibiendo una lección: Michele (superar sus miedos) Ippolita (igualdad de sexos), Pierotto (la humildad de servir, tremenda la escena donde Neri recrea la parábola del hijo pródigo), Aurelio (la codicia y la vanidad), Mezzapagnotta (el perdón de uno mismo), Alessandro (la aceptación de uno mismo). Mención aparte merecen dos personajes. Por un lado, el compañero de fatigas de Neri, el padre Persiano Rosa, que aporta un toque de humor al tiempo que protagoniza uno de lo milagros en vida del sacerdote: ser revivido unos minutos antes de su muerte para poder así confesar sus pecados y alcanzar el ansiado Paraíso. El segundo personaje que me gustaría destacar es Camilo, ya que me parece muy oportuna la introducción del personaje de San Camilo de Lelis, quien tras dedicarse a las armas se convirtió al cristianismo devoto y fue dirigido espiritualmente por Felipe Neri. En la serie no aparece todo este proceso pero entiendo que es él el aludido, si bien su conversión no llegó hasta los 31 años. 

La imagen que se transmite de la jerarquía no es demasiado positiva. Gregorio XIII sí sale bien parado, con un aspecto bonachón y entrañable, aunque rodeado de una curia que parece de todo menos espiritual. Peor parado sale Sixto V de quien si se dice que la cara es el reflejo del alma no se puede esperar nada positivo. Su semblante permanentemente enfadado y amargado se corrobora con sus palabras de lucha contra la herejía y la reforma. De nuevo sus colaboradores aparecen como sediciosos y preocupados de las cosas mundanas. 

Tras múltiples muestras de su valía como educador, como sacerdote y como fundador de esa nueva Congregación dedicada a los niños y jóvenes más necesitados, Gregorio XIII le propone ser Cardenal de la Iglesia Católica. Desde la humildad -no desde el rencor ni desde el desacato- la respuesta de San Felipe Neri (que pasó a la posteridad) lanzando el capelo cardenalicio al aire da nombre a la película: “¿Cardenal yo?... Lo siento, Su Santidad, pero… Prefiero el Paraíso”.

No desvelo ningún secreto, ya que es lógico: La película termina con la muerte de Felipe Neri, pero no una muerte triste, no una muerte que produzca llantos ni amarguras, sino una muerte alegre porque  todos los que lo rodeaban entendieron que era su momento de llegar al Paraíso que durante tantos años había predicado. Los niños juegan, cantan y bailan conscientes -o no- de que se iba un santo en vida, y que su testimonio quedaba para la eternidad. La cancioncilla "Preferisco el Paradiso" es pegadiza como ella sola y acompaña perfectamente el desarrollo de la acción junto al resto de la música de Marco Frisina. Neri sería posteriormente canonizado en Roma en 1622 por Gregorio XV

Ahora mi pena, mi queja o mi pataleta. Sé que estoy pesadito con el tema, pero… ¿No se puede hacer una película así en España para demostrar que también estamos orgullosos de nuestros santos?, ¿Qué tienen que envidiarle San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila (por citar unos cuantos) a los santos de otros países?, ¿Cuánto tiempo habrá que esperar a que alguien haga una versión decente de alguno de ellos?...  Sí, lo sé, vosotros también lo estáis pensando… Son preguntas absurdas, quedan muchos filmes patéticos por hacer en nuestro país antes que contar la biografía de personas que han dedicado su vida a los demás... Lamentable.  

viernes, 19 de julio de 2013

Popieluszko. La libertad está en nosotros (Popieluszko. Wolnosc jest w nas, Polonia, 2009)

Es la segunda película polaca que veo en menos de una semana. No lo he hecho adrede, lo aseguro. Las dos de la misma temática, el martirio, pero con ejecutores diferentes. Si en el caso de Maximilian Kolbe su muerte vino de manos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, en el caso de Jerzy Popieluszco (1947-1984) fue el régimen comunista de los años 80 en Polonia quien acabó violentamente con su vida.

Polonia es, sin lugar a dudas, uno de los países más castigados por los totalitarismos Europeos del siglo XX. Sin sucesión de continuidad, pasó de la invasión de las tropas alemanas antes de la Segunda Guerra Mundial a la invasión de las tropas soviéticas a la finalización de la misma. En ambos casos, la religión católica fue violentamente perseguida y muchos sacerdotes, religiosos y religiosas murieron en defensa de la libertad y de la verdad. Es paradójico, o mejor dicho muy sintomático, que en el país donde la fe estuvo perseguida durante sesenta años  sea hoy el bastión católico en Europa. La fe que es perseguida es purificada, mientras que la fe que se acomoda termina adormecida y moribunda, como por desgracia está sucediendo en nuestro país. El martirio siempre ha sido la mayor “propaganda” del cristianismo. A más persecución, más firme y arraigada es la fe de los que perseveran en la prueba. Haber tenido un Papa -santo- polaco ayuda, faltaría más, pero es increíble la devoción que ese país tiene por la fe católica y por su Virgen de Częstochowa. Si veis el Vaticano -en cualquier Ángelus de cualquier domingo- nunca falta una bandera polaca. Fijaos en las JMJ que comenzarán en breve, veréis cuantas banderas polacas han cruzado el charco para unirse al Papa Francisco.

La película, dirigida por otro director de nombre impronunciable (Rafal Wieczynski) es, en pocas palabras, magistral y una delicia. Un canto a la libertad de la conciencia y a la libertad de una nación. No se puede decir más claro ni dejar más en evidencia al régimen comunista pero sin un ápice de rencor hacia quienes eran a su vez víctimas y no verdugos del sistema. Es lo que más me ha gustado de este film: El Padre Popieluszko (Adam Woronowicz), siendo consciente de la cercanía de su muerte por sus constantes críticas al Partido Comunista, no juzga a sus ejecutores, sino al mal que se esconde detrás de una ideología perversa por esencia. Todo el aparato comunista queda caricaturizado como un títere, un pelele en el que se cumplen órdenes de superiores que están a la sombra mientras quienes dan la cara son pobres marionetas. A nivel de actuación destaca un cameo del Cardenal Jozef Glemp interpretándose a sí mismo.

Llama la atención, sobre todo aquí en España - o debería-, que gran parte de la acción sacerdotal del Padre Popieluszko fue en apoyo a la clase obrera, así como trabajar en la clandestinidad en favor del Sindicato Solidarnosc (Solidaridad). Apoyado en la sombra por el Papa Juan Pablo II y por sus superiores, centra sus homilías en la doctrina social de la Iglesia y en la defensa de los derechos de los trabajadores. En el régimen totalitario comunista estaban prohibidos los sindicatos -a excepción del oficial del partido, claro está- cosa que hoy habría que recordarle a más de uno de la izquierda que enarbola la bandera del sindicalismo unida a la de la hoz y el martillo. Las palabras del protagonista principal prediciendo su propio martirio estremecen: "Pueden golpearme, torturarme e incluso matarme. Entonces tendrán mi cadáver, pero no mi obediencia". Igualmente impactante es la escena en la que el sacerdote Jerzy sale de la sala del juicio y pronuncia esta rotunda frase: "Es el odio contra lo que yo lucho". Una lucha que solo enarbola las armas de la bondad, el perdón y el amor, los fundamentos del Evangelio de Jesucristo.

La película cuenta con el aval histórico de todos los personajes de la época, incluido el fundador del Sindicato Solidaridad  y presidente de Polonia (1990-1995), Lech Walesa. Igualmente entremezcla imágenes verdaderas del acoso al sacerdote, así como de su multitudinario funeral y de tres viajes de Juan Pablo II a Polonia, el último de ellos para rezar delante de la tumba de su compatriota. De entre todas las imágenes me ha impresionado y sobrecogido una vista aérea real de su funeral, al que acudieron 250.000 personas.

Gerzy Popieluszko fue beatificado por Benedicto XVI el 6 de junio de 2010 en una ceremonia celebrada en la Plaza Pilsudski de Varsovia, en presencia de su madre, Marianna Popiełuszka, quien había cumplido 100 años unos pocos días antes.

No sé si seguiré viendo cine polaco, me temo que no, ya que a España llegan pocas películas de ese país, pero a buen seguro lo que intentaré será seguir resistiéndome a ver cine español. Cada vez lo tengo más claro. Esta película es una clara muestra de que con pocos recursos y mucho talento se puede hacer buen cine. En España, desgraciadamente, tenemos justo lo contrario: poco talento y muchos recursos. Una verdadera lástima.

lunes, 15 de julio de 2013

La cruz del Papa Francisco

Que el nuevo Papa es un generador incesante de noticias no es ya algo sorprendente, y por suerte, es algo a lo que nos estamos acostubrando semana tras semana, o mejor dicho, día tras día. La revista Vanity Fair lo ha declarado “Hombre del año 2013” ¡En el mes de julio!... Es impresionante la popularidad y la repercusión mediática que ha conseguido alcanzar en apenas cinco meses de Pontificado… 

Pero bueno, títulos mundanos aparte, que no creo que al Papa Francisco le preocupen lo más mínimo, el post de hoy tiene como objeto resaltar otra curiosidad que ha llegado a mis oídos, de la cual he reflexionado y de la que me hago eco.

Lo primero que quiero dejar claro al publicar este post es que no pretendo enjuiciar la labor de sus antecesores en el Pontificado ni establecer comparaciones. Todas las comparaciones son odiosas, dicen, y en este caso más todavía. No podemos juzgar con nuestros ojos de hoy otras actitudes y otros comportamientos que sólo la Historia dirá en qué medida -para bien o para mal- afectaron a la Historia de la Iglesia y a sus máximos representantes. Pero desde nuestra óptica de la fe debemos tenerlo claro: La canonización de Juan Pablo II está ya cercana, y ello es prueba de algo en lo que creo firmemente: El Espíritu Santo suscita en cada momento histórico al sucesor de Pedro más conveniente para dirigir la barca de la Iglesia. Hecha esta salvedad, creo, honradamente, que la Iglesia Católica clamaba a gritos en la actualidad un Papa con el carisma y los gestos que el Papa Francisco está demostrando y teniendo. En un mundo convulso y una Iglesia con cada vez menos credibilidad y menos presencia en los espacios públicos, la llegada del Cardenal Jorge Mario Bergoglio al Pontificado ha supuesto una bocanada de aire fresco sólo comparable quizás a la elección del también próximamente santo Juan XXIII.

Hecha esta introducción, vamos al post de hoy. Mirad esta fotografía, ¿Veis algo extraño?....

A primera vista, la diferencia queda clara. Los antecesores de Francisco, tenían cruces de oro en lo que se conoce como la cruz pectoral papal. La del Papa Francisco es de plata. “Poca cosa, qué más da que sea de oro o de plata, que la venda y se la dé a los pobres…”, dirán los críticos de siempre. Quienes hacen semejante afirmación muestran su total ignorancia y desconocimiento acerca de lo que están hablando. Un Papa tiene que tener una cruz pectoral, símbolo de Cristo, y la pobreza de este mundo no se va a acabar porque el Papa venda su cruz. La labor social de la Iglesia es ingente e incuestionable, pero bueno, no entro en este debate porque no hay peor sordo que el que no quiere oír... La dimensión de este gesto, además, es otra. Es un gesto que a mi parecer está en consonancia con la dimensión que el nuevo Pontífice está potenciando en la Iglesia Católica: La Colegialidad. No es sólo un gesto de austeridad -que también de rebote puede serlo- sino que ha renunciado a la cruz de oro papal, para mantener su cruz de plata cardenalicia, y eso, esconde mucha miga detrás… Es un querer decir “Soy el Obispo de Roma, el sucesor de Pedro, pero no dejo de ser compañero de mis compañeros Cardenales, sucesores igualmente de los Apóstoles…”. Detrás de todo acto se oculta una causalidad, y seguro que no ando muy descaminado. Se está poniendo de igual a igual con sus compañeros, asimilando el Primus inter pares que le confiere un matiz ecuménico con la Iglesia Ortodoxa. Para mi sí es importante que no sea de oro y sí de plata, porque es romper esquemas en una Institución donde el más mínimo cambio es analizado con lupa, y donde el peso de la Tradición es tan grande que hay que tener una personalidad enorme para tener gestos de este tipo.

Pero es que ahí no acaba la cosa. Si acercamos la imagen, percibimos otro dato curioso, cuándo no chocante y revolucionario. Vamos a darle al zoom….

¿Qué veis?. Lo mismo que yo, ¿verdad?... Una cruz… ¡Sin crucificado!

Tras las primeras chorradas iniciales, en las que muchos iluminados decían que la cruz era la representación del Dios egipcio Osiris o símbolo de la masonería (no es broma, se han llegado a decir esas cosas y peores…) o que era una reproducción del escudo de los frailes menores capuchinos, los Vaticanistas han llegado a otro consenso para mi gusto mucho más certero y que de nuevo marca la originalidad de este Papa: El Buen Pastor que aparece en la cruz asistido por el Espíritu Santo en forma de paloma es también la potenciación de Cristo resucitado en detrimento de Cristo crucificado. No deja de ser una imagen, pero en el fondo, toda una declaración de intenciones y un eco de las palabras de San Pablo en 1ª Corintios 15, 14: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe…”. No se trata de negar la crucifixión, que nadie busque herejías, pero sí de potenciar la resurrección, que a fin de cuentas, es el núcleo central de nuestra fe. Ahora se entienden mejor las palabras del Papa Francisco en su homilía de la Misa Crismal dirigidas especialmente a los sacerdotes: “...el sacerdote que sale poco de sí, que unge poco, se pierde lo mejor del pueblo... precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño...”

Os dejo la cruz del Papa Francisco en primer plano - en su ropa cardenalicia- para que la observéis bien y la comparéis con las distintas simbologías con las que la han relacionado: El Dios Osiris, el escudo de los frailes menores Capuchinos y el símbolo de la masonería. Que cada uno saque sus propias conclusiones, pero yo me quedo con la última que os he comentado, que para mi gusto es la más plausible.





Qué más queréis que os diga… A mi esté hombre me cautiva por días, está abriendo caminos insospechados en una iglesia muy falta de novedades, en un mundo necesitado de verdaderos pastores y harta de falsos profetas….

Y ahora, las JMJ… ¡Qué bien me lo voy a pasar escuchando sus “perlitas”…!. Estemos atentos, porque, este hombre, cada vez que abre la boca, es para sentar cátedra... Nunca mejor dicho...

viernes, 12 de julio de 2013

Maximilian Kolbe (Zycie za zycie, Polonia-Alemania, 1991)

Vamos a comentar hoy esta película que narra la historia de San Maximilian Kolbe (1894-1941), un sacerdote franciscano polaco que murió en el campo de concentración de Auschwitz víctima de la barbarie del nacional-socialismo de Hitler. La película es una coproducción polaco-alemana, en la que los polacos pusieron el mártir, el campo de concentración y el director (Krzysztov Zanussi, sí, no me he equivocado, 7 consonantes seguidas…) y los alemanes prácticamente el resto, incluyendo el presupuesto.

Como película no está mal, pero presenta muchas lagunas. Vestuario, ambientación e interpretación dignos, pero poca profundización en el personaje del santo. En sus escasos 90 minutos de metraje se centra más en las desventuras del protagonista (el prisionero que huyó de Auschwitz) que en darnos muchos detalles de la vida de Maximilian Kolbe. Se omiten datos biográficos esenciales, como que fue fundador de las Milicias de la Inmaculada (el nombre engaña, su objetivo era únicamente la oración a la Virgen) y que fue muchos años misionero en Japón. Como dato curioso reseñar que es la última película rodada en el propio campo de concentración, ya que cuando Spielberg lo solicitó para rodar “La Lista de Schlinder” le fue denegada su petición porque las instalaciones se estaban reconvirtiendo en el “Museo del Holocausto” que actualmente se puede visitar.

Maximilian Kolbe, el recluso 16.670 de Auschwitz, como tantos y tantos sacerdotes y religiosos/as que estuvieron en los campos de concentración nazis, fue perseguido por denunciar las injusticias del partido nacional socialista alemán. Quienes acusan a la Iglesia de "mirar para otro lado" durante el holocausto, ignoran deliberadamente que muchos católicos - sobre todo monjas y sacerdotes- también fueron asesinados en esa cruel carnicería que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial. El Papa Pío XII actuó con prudencia y con mucha diplomacia para poder ayudar a los perseguidos como se pudo. Santos como el Padre Kolbe o Edith Stein fueron martirizados por su fe cristiana católica. En otros post ya clarifiqué la figura de Pío XII, su importante labor para salvar a los judíos y cristianos de los campos de concentración y cómo tuvo un reconocimiento público por la comunidad judía que le otorgó la máxima condecoración posible para un no judío, el título de "Justo entre las Naciones". Muchos siguen hablando desde la ignorancia, o lo que es peor, desde el intencionado falseamiento de la realidad.
 
Entremos en el argumento de la película. El sacerdote Maximilian Kolbe (Edward Zentara) es recluido en Auschwitz y condenado a trabajos forzados. En dicho campo de concentración había una normativa que decía que si algún preso se fugaba otros diez serían ejecutados muriendo de hambre y de sed en una celda de castigo. Se produce una fuga y la posterior selección de diez candidatos. El Padre Kolbe no fue uno de los elegidos, pero voluntariamente se intercambia por un infeliz que lloraba diciendo “Pobre esposa mía… Pobres hijos míos...”. El Padre Kolbe dio un paso al frente diciendo “Soy un sacerdote católico. Querría ocupar el puesto de ese hombre”. La película omite incomprensiblemente este diálogo reflejado en las actas de su canonización. Tras tres semanas de castigo en la celda de hambre, fue finalmente asesinado junto a los otros tres prisioneros que aún sobrevivían con una inyección de fenol. La celda debía ser reacondicionada de nuevo para otros diez prisioneros.

La historia es real y cruel como la vida misma, mal que le pese a muchos. Se trata de una historia real que entremezcla cuatro temas esenciales al Evangelio: libertad, fe, sacrificio y amor. Uno de los detalles que más me ha gustado del filme es un diálogo final en el que los comunistas soviéticos, tras liberar a los prisioneros y conocer la historia del Padre Kolbe, tienen conocimiento de este este acto heroico pero lo intentan silenciar . Desesperados por menospreciar la entrega generosa de una vida por otra -en virtud de unos valores religiosos que ellos detestaban- preguntan a los esqueléticos supervivientes : “Pero, habrá alguien más que tuviera un gesto parecido al del cura… ¿Algún médico cambió su vida por un paciente?, ¿Algún profesor cambió la suya por un alumno?, ¿Podemos encontrar a alguien que hiciera una acción similar?...”. La respuesta que da un superviviente es tan lacónica como contundente… “No. Solo un sacerdote lo hizo”. A pesar de sus carencias, la película termina también de una manera muy afortunada con las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 13: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. El Padre Kolbe no la dio por un amigo, sino por un auténtico desconocido, lo cual le confiere mayor mérito si cabe…

Maximilian Kolbe fue beatificado por Pablo VI en 1971 (ceremonia a la que acudió Franciszek Gajowniczek, el recluso al que salvó la vida) y canonizado por Juan Pablo II -su compatriota- en 1982. En su homilía, el beato -inminente Santo- Wojtyla lo definió como El único triunfador de la Segunda Guerra Mundial.

Otro mártir de la fe, uno más. Sólo en la Iglesia Católica, el año pasado (2012) fueron asesinados diez sacerdotes, una religiosa y una misionera laica. Qué pena que no fueran noticia. Habrá que esperar a que hagan una película sobre ellos para que se divulguen sus testimonios, todos ellos, a buen seguro, impactantes.

Me gustaría terminar este post con unas palabras del director de nombre impronunciable (Krzysztov Zanussi) el día de la presentación de la película en España. Han pasado 22 años, pero hoy son todavía más evidentes. En un perfecto castellano (si compráis la película y veis los extras lo podéis escuchar) dice: “Decidí dirigir esta película porque en el mundo del arte europeo hay una cierta alergia a los temas religiosos -perdón, rectifico- a los temas cristianos, porqué el Islam y el Budismo si son en general bien tratados por nuestra cultura actual…” Vaya palabras más proféticas. Sin lugar a dudas, sería muy difícil describir en tan pocas palabras el panorama cultural Europeo contemporáneo….

domingo, 7 de julio de 2013

La valentía del Papa Francisco

El Papa ha publicado su primera Encíclica, Lumen Fidei. Sin embargo, para mí el titular de la semana ha sido otro bien diferente. Mientras las redes sociales católicas se colapsaban con la publicación de la primera Encíclica del Papa Francisco (En la que el propio Papa ha reconocido que el texto es de Benedicto XVI, que él ha puesto la firma y poco más), el Papa Francisco a seguido a lo suyo: repartiendo verdades como puños a los cuatro vientos.

Ya me la he leído, y la Encíclica no está mal, pero como digo, yo espero con ansiedad a que se publique la segunda, en la que empiece a marcar sus propias prioridades. Ésta ha sido un homenaje en vida a su predecesor -otro gesto que le honra- y un broche al año de la fe. Poco más

Más entrañable y bonita ha sido el anuncio de la próxima canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Milagros aparte, yo creo que es un acto de justicia el que ambos sean reconocidos (con sus defectos, ser santo no significa que no tuvieran pecados, sino que lucharon sin desfallecer contra ellos) y elevados a los altares. Tampoco tuvo desperdicio sus palabras sobre la próxima beatificación del Cardenal Francisco Javier Van Thuan, quien estuvo preso 13 años en una cárcel de Vietnam. Sí, he dicho Cardenal y “preso” en una misma frase. Algunos piensan en la palabra Cardenal y piensan en fasto y lujo. Van Thuan estuvo 13 años preso por sus creencias católicas en un país comunista, jugándose el tipo por su comunidad cristiana todos los días. Para romper prejuicios.

Pero como digo, además de bonitas palabras y emotivos anuncios, ha seguido repartiendo cera a diestro y siniestro. El día 3 invitó a 200 mendigos a cenar con él en el Vaticano. Ya me gustaría a mí ver a tantos otros iluminados a los que se les va todo por la boca teniendo gestos de este tipo. Políticos que critican la injusticia social mientras se enriquecen a costa del pueblo. Gente que habla de “solidaridad”, de compartir, de amor al prójimo pero que después sólo piensan en sí mismos. Omito dar nombres, pero a buen seguro ya vosotros les habéis puesto nombres y apellidos...

Y sigue dando estopa. Ayer, en un sermón (totalmente improvisado, sin papeles por delante) delante de 6.000 seminaristas y novicias, el papa Francisco dijo que "duele cuando se ve a una monja o un cura con el último modelo de coche. Yo sé que el coche es necesario porque hay que hacer mucho trabajo e ir de aquí a allá, pero es mejor un coche humilde. Si os viene la tentación de un buen coche, pensad en los niños que se mueren de hambre". Tras seguir hablando de los peligros de las riquezas y del mal de los cotilleos y de las quejas (qué bien conocía al público que tenía delante…) El Papa termino pidiéndoles que recen por él porque también es "un pobre pecador".

No menos interesante fue la homilía dada en santa Marta ese mismo día. Allí se despachó a gusto diciendo: "En la vida cristiana, y también en la vida de la Iglesia, hay estructuras antiguas, estructuras caducas: ¡es necesario renovarlas! Y la Iglesia siempre ha estado atenta a esto, a través del diálogo, con las culturas”. Lo que esté rondando por su cabeza no lo sé, pero a buen seguro es algo grande y hermoso…

Todo ello, enmarcado en una semana en la que ha entrado a saco en la Banca Vaticana. A la detención del prelado Nunzio Scarano -sí, lo han empapelado, y el papa no ha movido un dedo por él-, han seguido las dimisiones del director y subdirector de la misma. ¿casualidades? Para nada. El pasado 26 de junio el Papa Francisco creó una comisión formada por cinco expertos para investigar y aportar transparencia al IOR (Instituto para las Obras de Religión, conocido como el Banco Vaticano), envuelto desde hace años en numerosos escándalos financieros. Ya han caído los primeros, pero esto no ha hecho sino empezar. 

Todavía tiene pendiente la reforma de la curia romana. También ha creado una comisión y ha dado unas pistas de trabajo: "Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe y abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Este hombre, cada vez que habla, me daja embobado... Tenía que ser argentino, vaya labia...

Yo llevo ya unos meses tocando las palmas con las orejas, pero tenemos que seguir apoyándolo. Recemos y recemos sin desfallecer por él. El Papa Francisco no para de pedirnos que oremos por él. Está siendo valiente, muy valiente. Se está exponiendo, y mucho. Se está ganando muchas alabanzas, pero también muchos enemigos, y eso es peligroso, muy peligroso. Sobre todo, porque los enemigos los tiene en casa… Quizás por ello -y por ser coherente con lo que predica- sigue sin vivir en las lujosas estancias pontificias y sigue residiendo en una humilde habitación de Santa Marta

Señor Obispo de Roma, Papa Francisco, sucesor de San Pedro: mi más sincero reconocimento, admiración y alabanza. Estoy orgulloso de usted. Nos representa a más de mil millones de católicos de todo el mundo, y eso es mucha responsabilidad… Hasta hace poco he tenido que defender lo indefendible, entrar en foros y partirme literalmente la cara sacando pecho por mi Iglesia. Ahora no hace falta. Sólo es necesario abrir un periódico y leer cualquier noticia referente al Santo Padre… a usted no hace falta defenderlo de nada, usted solito se basta y se sobra… Gracias

viernes, 5 de julio de 2013

José Antonio Ortega Lara

Hoy voy a escribir sobre un hombre que es un icono de la historia contemporánea española. En nuestro país no necesita presentación, pero como gran parte de mis lectores sois de fuera de España, me vais a permitir que comience con una breve semblanza de su persona.

José Antonio Ortega Lara fue un funcionario de prisiones secuestrado en el año 1996 por la banda terrorista ETA. Pasó 532 interminables días encerrado en un húmedo zulo (cercano a un río) de 3 metros de largo por 2.5 de ancho, apenas sin ventilación y en condiciones infrahumanas. Sólo podía dar tres pasos seguidos en aquel boquete, sin luz natural –únicamente una pequeña bombilla lo iluminaba- y sólo le daban para comer fruta y verduras. En su largo cautiverio perdió 23 kilos de peso. 

Lo que tuvo que sufrir en esos días sólo él lo sabe, rehén de una banda terrorista que negociaba lo innegociable. La soledad, la angustia, el deterioro de su salud, el maltrato psicológico, la incertidumbre, la ausencia del más mínimo contacto con familiares y amigos… debieron de minarle la moral día tras día. Cuando finalmente la Guardia Civil lo liberó, sus primeras palabras fueron “Mátame de una puta vez y dejadme en paz”. Creía que quien tenía delante era uno de sus secuestradores y no a sus rescatadores. No he querido omitir esta frase, aunque pueda parecer contradictoria con el resto del post, porque me parece que una persona que pasa por esta experiencia tiene derecho a decir lo que le dé la gana. Con el paso de los años su pensamiento ha ido evolucionando, y como leeréis a continuación, ha querido compartir públicamente su fe y su extraordinario testimonio de maduración creyente. 

Bueno, vamos a lo que nos interesa, sus palabras. Poco después de su liberación afirmó que durante el secuestro “procuraba hacer algo de ejercicio todos los días, leer lo que me dejaban y, sobre todo, rezar. Hubo días que recé hasta nueve rosarios”. La cuñada de Ortega Lara es religiosa de clausura en Madrid y sus declaraciones poco después de la liberación de José Antonio tampoco tienen desperdicio: “Estoy verdaderamente admirada con mi familia, porque nunca les he oído maldecir, ni insultar a los secuestradores, ni palabras de rencor. La fe, el amor y la unión de todos se la debemos a mis padres”.

¿Por qué hablar ahora de Ortega Lara, y sacar a relucir su experiencia? La respuesta es que al igual que el otro día comentábamos del Maestro Padilla, ha participado en un libro homenaje a Benedicto XVI. En él cita unas palabras de una encíclica del Santo Padre emérito que lo conmovieron al leerlas: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar- Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad, Él me acompaña. El que reza nunca está totalmente solo”. (Spe salvi, Benedicto XVI)

En su comentario a estas líneas de la Encíclica, Ortega Lara afirma que su fe ha evolucionado con el paso de los años: “Nací en una familia de creyentes y recibí una educación religiosa, pero poco a poco me convertí en un cristiano formal y no de fondo. ¡Qué fácil me resultaba ser cristiano en un ambiente favorable, donde no había otra exigencia que la que tú mismo quisieras imponerte! Pero la vida no siempre es benevolente y cómoda, a veces te conduce por caminos tormentosos y llenos de dificultades que nunca habías pensado transitar”. 

Hoy, pasada la dura prueba y con la experiencia que le aportó, reconoce que la oración es un pilar de su existencia: “Cuando rezo, me siento conectado; creo que Dios me escucha y, de paso, ahuyento la soledad y el abandono que a veces experimenta mi alma. Puede que rezar no esté de moda, pero a mí me ha servido y me sirve como remedio para serenar mi alma en situaciones de angustia, y me aporta seguridad cuando debo tomar decisiones importantes”.

Estamos hablando de una persona que pasó casi dos años sin apenas contacto humano alguno. Alguien que fue tratado como un animal por quienes podían pegarle un tiro en la nuca en cualquier momento. Y sin embargo, esa experiencia le ha llevado a ser solidario con todo sufrimiento humano: “Acabas por entender que tus oraciones, e incluso tus sufrimientos, pueden serle de gran utilidad a otras personas, a quienes deseas que nunca tengan que padecer lo que tú has sufrido

Confiesa que su oración se fue purificando. Al principio, solo rezaba por su liberación y por sus seres queridos pero con el paso de los días “rezas de corazón, y el alma se va liberando poco a poco de la desesperación que la aterroriza y que te hace sentir despreciado, abandonado y desahuciado. Incluso cuando ya has perdido la esperanza de retomar el tren de tu vida anterior, sientes que Dios está a tu lado como un amigo que comparte contigo tu desdicha, observa en silencio, reza contigo y no hurga en tu herida”.

Ortega Lara es un ejemplo en vida de que en momentos donde humanamente ya no se puede más, la fe es una razón para mantener la esperanza. “Mi fe en Dios permaneció viva entonces, durante mi secuestro, y lo sigue estando ahora; no se resquebrajó a pesar de la dura experiencia vivida, sino que pienso que salió fortalecida, Confiaba y confío en Dios. Sé que nunca me abandonará y eso me reconforta y me ayuda a seguir viviendo”.

Nadie debería pasar por situaciones como ésta. Nadie debería experimentar la soledad, el abandono y la pena que el sufrió. Pero se agradece que haya querido compartir su experiencia con quienes llevamos un cristianismo acomodado, y que nos demos cuenta que nuestra fe debe ser fuerte, porqué no sabemos cuándo, ni de qué modo, nuestra existencia será puesta a prueba. Gracias, José Antonio Ortega Lara. Te admiraba antes de leer este testimonio. Ahora, la palabra admiración se me queda corta. Muy corta.

Por cierto, el libro de donde estoy sacando los últimos testimonios se llama "Hablando con el Papa", de Editorial Planeta. Os lo recomiendo